Nuestras hojas amarillas
Be a spark in the dark
Lluvia.
Comenzó a llover y pensé que sería excelente que volviera a llenarse la taza de café que acababa de tomarme y tuviese la temperatura ideal. Ni muy caliente, ni muy fría: tibia, como la calidez de un abrazo.
Llovía y las goteras de la casa hacían que lloviera más adentro que afuera y que todo el piso se mojara de a poco, siempre en pequeñas zonas.
Afuera, en el cielo, las nubes hicieron que todo se tornara oscuro y un poco más gris... era la iluminación perfecta para que mi miopía se sintiera ofendida e hiciera que se confundiera lo borroso con la oscuridad.
Mientras llovía, sentí que sería bueno escribir un poco para llenar mis espacios con una de las cosas que jamás me cansaría de hacer.
La temperatura comenzó a descender.
El repiqueteo de las gotas de lluvia era lo único que se escuchaba.
Pero a mí me gustaba estar acá: sintiendo la lluvia.
Disfrutando cada momento en el que el cielo se tornaba gris.
Así me muriera de frío y deseara uno de sus abrazos,
así todo se oscureciera y se volviese húmedo...
porque, me gusta pensar que, la lluvia, tiene el poder de deshacerlo, diluirlo y desdibujarlo todo;
para que todo, siempre, brille de nuevo y se vuelva a colorear.