Nuestras hojas amarillas
Be a spark in the dark
Reconocerte.
Hola.
Tengo que admitir que no me caías bien, aunque, con el paso del tiempo, aprendí a quererte. O quizá ya te quería desde antes, no lo sé.
Sé que solo te conozco desde hace meses, aunque, para mí, parece una eternidad. O, más bien, te reconozco; porque, tú y yo, nos conocemos desde niños: desde que ambos estábamos en edad de juegos y sonrisas. Nos conocemos desde ahí pero, ahora, nos reconocemos. ¿Reconocer? Sí, una palabra común en un contexto diferente, pero es así. Tuvimos que volver a enterarnos de todo: gustos, carácter, costumbres... volver a crear una imagen mental distinta a la que teníamos.
Aprendí a quererte, no sé como, pero lo hice. Aprendí a querer esa sonrisa y esos ojos que me miran; aprendí a reírme de cada tontería que me dices; aprendí que, contigo, gané otro hermano... sí, es cierto, contigo he aprendido muchas cosas.
Admito, también, que la noticia de tu accidente me tomó desprevenida. Realmente, no tuve tiempo de pensar en ti. Tuvieron que pasar dos días para que despertara y me diera cuenta que estabas mal y que estabas en una cama luchando por tu vida. Porque eso eres, un luchador.
¿Sabes algo? Quisiera no tener que escribir esto. Quisiera mirarte a la cara, a esos estúpidos ojos marrones y decirte todo... pero, eso es lo que no sé, no sé si el destino me brinde esa posibilidad. Porque, siendo sincera, deseo que leas esto y, siendo fatalista, tal vez no logres hacerlo.