Siempre he sido un torbellino.

He sido bastante enojona,
llorona desde pequeña
e incapaz de expresar lo que siento con facilidad.

Muchas veces me quedo callada cuando me piden que diga cómo me sienta...
porque siempre he sido así.

No entiendo cómo,
pero las palabras se quedan atascadas en mi garganta,
no fluyen,
como si no fuese capaz de pronunciarlas.

Sí,
lo he intentado trabajar
y he tenido algún avance,
pero muchas veces se me hace super complicado.

Por eso comencé a escribir:
para poder sacar de mí todo lo que me parece complicado;
darle una forma distinta a mis emociones
o crear unas nuevas;
desahogarme sobre algo que me haga sentir muy bien o muy mal;
y, simplemente, para crear,
porque amo lo que puedo lograr con las palabras.

Porque,
cuando escribo,
no importa si el torbellino se vuelve tormenta y lo inunda todo,
no hace falta cerrar las ventanas para protegerse del viento,
ni es necesario buscar cómo cubrirse del frío.

Solo hace falta dejar que todo fluya
—ya sea para que se desborde
o regrese a su cause—,
y que la tormenta encuentre la calma.