Nuestras hojas amarillas

Yo aprendí que, en esta vida, no se puede ser tan lamebotas. No se puede estar ahí, siempre que las personas te necesitan, y yo siempre estuve ahí, para todos, cuándo querían y cuándo no.

Esta vez me tocó llorar, aunque eso se ha hecho común en mis noches. Esta vez lloré por ti, por nuestros recuerdos, por mi esperanza de volver a verte, por la tristeza de haberte perdido, por la agonía de estar sin ti...

Hola, primo. Hoy no tengo la esperanza de que leas esto. Hoy, de repente, se acabó todo... hasta tú. Quisiera que esto no estuviese pasando. Quisiera que vinieras a decirme: "Prima, ¿cómo estás?".

Quizá no lo sepas, y yo no lo diga a menudo, pero te quiero. Te quiero porque has estado ahí, aguantando cada una de mis rabietas y mis rechazos, y me has hecho reír cuando no quería hacerlo.

Quizá, la única cosa que no borraría serían mis recuerdos. Porque, ¿dónde quedarían los momentos con mis hermanos, la sonrisa y los ojos grises de mi abuelo? ¿Dónde quedaría el rostro de Juan José y las canciones a duo con mi mamá?

Hola, estúpido. Ya han pasado dos meses desde tu accidente. Las cosas no han cambiado mucho en tu ausencia: el sol sigue brillando, aun cuando se oculta detrás las nubes; la luna sigue en el cielo, con la danza de las estrellas alrededor

Tuve una franela roja con un mono azul, un anillo pequeño y una medalla sin luz. Tuve una camisa blanca y un pantalón azul. Otra medalla sin brillo y un botón con color. Tuve una camisa azul, cuyas rayas amarillas iban en aumento.

Todo comienza con una persona y una presentación, quizá por simple norma de cortesía. El tiempo pasa y comenzamos a socializar, nos enteramos de gustos, manías, costumbres...

Cometer errores es tan fácil que no lo piensas. Estás vacío, buscando donde no debes, siendo incapaz de ver que, lo que tienes al frente, es mucho mejor.

Te puedo decir miles de veces porqué el cielo es azul o porqué me pierdo en tus ojos cada vez que me miras. Te puedo decir, cada día, que estoy aquí contigo, como siempre.